En la sala del bajo Imperio del Museo Numantino podéis ver esta maravillosa pieza arqueológica.
Las dimensiones de la pieza son: 11,9 cm. de alto,
anchura variable entre 8,1 y 8,9 cm., y 0,5 cm. de grosor. Su peso es de 176
gramos.
Tiene
una forma rectangular vertical, con una estructura calada formada por cuatro
grandes anillas angulares, y varios vástagos, dos de ellos sogueados, y está
decorada con una cara en su centro.
La representación es un relieve de medio bulto, que
parece sobresalir de una placa, cuyo contorno está recortado de forma
zigzagueante. La cara tiene una forma ovalada, de semblante serio, con ojos
semicerrados desiguales, más grande el derecho, nariz recta, boca pequeña y
barbilla puntiaguda. En su perfil se observa algo rehundida la zona superior de
los pómulos en su enlace con la cuenca de los ojos.
Esta
falera está fabricada en bronce por el denominado método de fundición a la cera
perdida, en el que el metal líquido a alta temperatura sustituye a la cera que
encierra el molde. Luego, está retocada a buril, para hacer las incisiones que
simulan el pelo de la cara y el sogueado de los vástagos laterales. La parte
posterior tiene una terminación irregular y poco cuidada, ya que la pieza no
estaba destinada a ser vista por detrás.
Las faleras son piezas funcionales de los arneses y
atalajes de los caballos, con una forma ornamental. En ellas, se reune una
sujeción múltiple de correajes, mostrando un alto nivel técnico, tanto en su
factura como en su estructura.
La
decoración de este tipo de piezas denota que no eran objetos meramente
utilitarios, sino que llegaban a considerarse un símbolo de prestigio,
revelando, así, un cierto status social. Según las investigaciones de Ángel
Fuentes, sus poseedores eran un grupo social cultivado, amante de las
actividades nobles relacionadas con el caballo, animal de considerable
importancia en la sociedad hispano-romana del momento.
Se conservan varias faleras similares a la de
Fuentestrún, como la del Instituto Valencia de Don Juan, procedente de Segovia,
la de la Colección Vigueira de Villagarcía de Arosa, la de la Colección Lázaro
Galdeano, la de la Colección Romás del Museo Arqueológico Nacional, procedente
de Jaén, una procedente de Tarragona y otra de Camparañón (Soria). Ésta última
se expone en el Museo Numantino, junto a la de Fuestestrún y otra de Valdanzo
(Soria), ésta sin decoración figurada.
Según
Clarisa Millán, el origen de las faleras se situa en el Norte y en el Oriente
de Europa y, aunque ya se encuentran representadas en algunos vasos griegos, es
con los romanos con quienes alcanzan un uso mayor.
Para
Pedro de Palol, todas estas piezas de los arneses de los caballos, que se engloban bajo el epígrafe de bronces
tardo-romanos, tienen una cronología muy definida en la segunda mitad del siglo
IV e inicios del siglo V. Además, los hallazgos de estas piezas se dispersan
por un área que coincide con una amplia zona de latifundios, o grandes
extensiones de terreno, tardo-romanos, de elevado nivel social, repartidos,
principalmente, por el Norte de Hispania.
Y,
probablemente, son piezas fabricadas en talleres locales, pues, al igual que en
los siglos inmediatamente anteriores se producen muchas importaciones, durante
el bajo imperio, éstas se reducen en favor de la elaboración indígena, aunque
con numerosas influencias del resto del mundo romano, y con un marcado
enraizamiento en lo clásico.
Por
ello, lo más acertado es pensar que esta falera se fabricó hacia finales del
siglo IV, en un taller situado en las inmediaciones de Fuentestrún, en relación
con un asentamiento hispano-romano, que, quizás, se pueda identificar con los
momentos iniciales de ocupación, ya que, como indica Isabel Goig, el origen del
pueblo pudo deberse al establecimiento de una villa romana en este lugar.
Como siempre un especial
agradecimiento a Don Elías Terés director del Museo Numantino por su especial
colaboración.
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